martes, 27 de octubre de 2009

Cornisa a la vista

La pelota ahora está en tu tejado.

La inactividad es catártica, casi mística. El tenerlo todo dicho, todo bajo control es genial. Por la inactividad es justo pagar el precio de la ignorancia o el de la expectativa. Todos los cabos atados, tú ya has hecho tu parte. Ahora deja que la injusticia del mundo haga el resto y te joda todos los planes. Pero tú tranquilo, has puesto toda la carne en el asador, lo has dado todo. Has hecho apología de esfuerzo, sinceridad, humildad y disposición, todas esas cosas que hoy nos exige la sociedad. Y ahora es cuando recibes tu merecido. ¡Enhorabuena, señora! ¡Ha ganado una bonita mierda! No sabrá dónde colocarla en su casa, el color no es demasiado agradable, a veces apesta y tiene su propia fauna. Pero lo importante es que has hecho lo que todo el mundo valora, y... ¡qué diantres! A caballo regalado no le mires el diente, joder.

A la hora de recuperar esa pelota, parece que el cielo se ha tornado negro. Empieza a llover y durante los primeros instantes la pelota flotará de teja en teja. Un poco hacia arriba, un poco hacia abajo. De vez en cuando una paloma o una ardilla la mueve, el azar del movimiento caótico juega con ella. Dibuja fractales que no somos capaces de intuir, porque la dura cornisa nos priva de la visión. Es la incertidumbre.

De repente observamos una tubería. Llueve, pensamos. Puede estar resbaladiza. Pero yo necesito esa pelota, y parece que tú no estás dispuesta a salir de tu casa y bajarla. Perfecto, ahora no sólo me tocará hacer mi trabajo, sino también pagar por mi inconsciencia, invadir tu propiedad privada, ver tus feos cuadros y tu anticuada chimenea aunque no quiera, recuperar mi pelota, irme de allí y olvidarlo todo. Por un momento pienso que lo voy a conseguir, consiste en trepar por la puta tubería. Está algo mojada, pero yo soy capaz. Eso es. Es la ilusión.

Y cuando piensas que has llegado a tu destino, te das cuenta de que has estado tan pendiente de no resbalar que se te ha olvidado la fría cornisa de piedra que te espera con sonrisa de cemento, implacable, irrompible, irrebasable, inquebrantable. El golpe en la cabeza te nubla la vista. Los puntitos de colores te recuerdan que la dificultad siempre estuvo ahí, pero tú te confiaste demasiado pensando en los obstáculos salvables. El golpe en el suelo te congela, te parte en dos. Es la decepción.

Piensas que no merece la pena levantarte, porque al mínimo movimiento tu espalda se romperá definitivamente. Deja de llover, pero la puta cornisa no se irá nunca. Y tú estarás tumbado mirándola, recordándolo mientras poco a poco te secas, los rayos de sol iluminan tu piel y tus huesos se recomponen. Cuando decides levantarte, piensas que volverías a encajar otra pelota en otro tejado distinto. Y otra, y otra...

Te ha gustado la cornisa, hijo de puta. Eres un masoquista de puta madre.

sábado, 24 de octubre de 2009

El premio

Ahora que lo dices... no anochece.

La inspiración es el eufemismo de las artes. Deberías atreverte a eyacular sin darle cuentas a nadie. Porque eso es lo que es la inspiración: la masturbación del subconsciente, excitado por los amores fallidos, las primaveras tardías y los maridos borrachos. Si en alguna situación el fin justifica los medios, es en ésta. Pero cuanto más escatológico es el planteamiento más te acercas a la hoguera. Clichés, vergüenza semántica e ignorancia social. ¿Lo notas? Te estás quemando, la gente se da la vuelta y te mira. Querido amigo, tú eres el único que entiendes al mundo. Y tu premio es la desolación y un bonito jarrón a rebosar de tus cenizas. Desde que el hombre es hombre, el individuo no le ha importado a nadie. La gente se sitúa por encima de las personas; si sobresales tanto por arriba como por abajo, date por jodido.

Por eso mismo yo seguiré hablando de amor cuando pienso en instinto sexual, hablaré de amistad cuando pienso en egoísmo, hablaré de familia cuando pienso en subsistencia, hablaré de compañerismo cuando pienso en competencia, hablaré de idolatría cuando pienso en envidia, hablaré de orgullo cuando pienso en celos, hablaré de participar cuando piense en ganar, hablaré de consuelo cuando piense en remordimiento, hablaré de personas cuando piense en gente, hablaré de simpatía cuando piense en fealdad, hablaré de felicidad cuando piense en ser envidiado, hablaré de vocación cuando piense en esnobismo, hablaré de posibilidades cuando piense en dinero, hablaré de periodismo cuando piense en lamer culos, hablaré de enhorabuenas cuando piense en tematarías, hablaré de política cuando piense en corrupción, hablaré de artistas cuando piense en felaciones, hablaré de ti cuando piense en necesidad.

Y hablaré de arte cuando piense en eyaculación.

Así que no os preocupéis por mí. De momento, yo tampoco soy valiente.

Sigue sin anochecer. Nunca estará lo bastante oscuro como para robar las palabras.

jueves, 22 de octubre de 2009

El cigarro de después

Odio los espejos. ¿Alguna vez has tenido la sensación de reencontrarte contigo mismo tras ser el principal actor de una odisea llena de farsa? Son esos momentos en los que te avergüenzas de ser tú mismo, aunque el orgullo se coma a la sinceridad y sigas caminando con tus cuellos bien altos y tus huevos bien abotonados. Qué más da; lo hecho, hecho está. No hay nada que puedas hacer contra el empirismo. Despreocúpate, vive el presente y compra relojes Viceroy. Míralos, son todos gilipollas, tú eres el único importante, ¿no es cierto? ¿A quién le importa la puta desaceleración? Túmbate en el sofá, no muevas un dedo y echa la culpa al petróleo de que te falte trabajo. Porque eso es lo que importa. Dentro de tres años echa la culpa a las hipotecas de que tengas que dormir en la calle. Y dentro de seis échasela al sistema judicial de que duermas más caliente, pero también más encerrado por un simple atraco a mano armada.

Es cuando piensas, cuando meditas... En ese momento te das cuenta de que la cosa está más jodida de lo que tú lo veías antes. Y dices: ¿Y si...? Pero ya es demasiado tarde, el daño ya está hecho, y los pensamientos no tienen vida propia. La próxima vez no lo haré. Calma. Cautela. Y una mierda. Despides a Pepito Grillo mientras se aleja en el tranvía de tu cordura, en ese tramo ferroviario circular en el que nunca el tren está en el momento justo, en el lugar adecuado. En ese sentido, un puma es más sincero que tú. Su condición es matar para vivir. Él lo acepta, la víctima lo acepta, la naturaleza lo acepta. Sin clichés ni celdas acolchadas. Tú no sólo te engañas a ti mismo, sino que encima te crees tu propio engaño y haces que los demás (pobres incautos) se lo crean. Ahí comienza de nuevo la odisea, y el tren está a dos pi erre de tu andén. Bye, bye.

El cigarro de después se extingue. Dura lo que dura la reflexión, las volutas grises de humo y esa bella ceniza de la rectificación intrapersonal. Sirve para relajarse, para dejar la violencia a un lado y conocerse mejor a uno mismo. Se enciende con la llama de la carcoma, de eso que llaman remordimiento. Es una droga tabú, esa con la que te encierras en locales ambientados en los años 80 o que consumes junto a una prostituta en la cama de un burdel. Todos la consumimos, queramos o no; es otra de las muchas debilidades del ser humano. Sin ella, el mundo sería más egoísta, sí, pero también más sincero. Es el alquitrán que purifica el aire.

Ahora ya puedo levantarme y acabar con todo.